“El sol no se toma como un acto voluntario, el sol te da cuando estás al aire libre sin que seas consciente. Por eso hay que protegerse en todo momento”. Ya es verano, y, como cada año, vuelven los mensajes para concienciar sobrela importancia de usar protector solar. Así lo transmite la dermatóloga y miembro de la Academia Española de Dermatología y Venereología (AEDV) Anna Tuneu.
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Los filtros físicos son los más antiguos y están formados por minerales, normalmente óxido de titanio y de zinc. “Estos compuestos son fluorescentes, es decir, absorben la radiación ultravioleta y la reemiten como visible evitando que nos haga daño; la reflejan como un espejo”, explica Deborah García Bello, química y divulgadora científica. Por eso, antiguamente se conocía a estos protectores con el nombre de pantalla total. Tienen principalmente dos inconvenientes: “son deshidratantes y resecan mucho la piel, y dejan el típico rastro blanco”, detalla. Actualmente, hay mejoras innovadoras, como los filtros nanoparticulados, que minimizan las partículas y evitan el intenso color blanco. Una ventaja de estos filtros es que “no se gastan, un fluorescente lo es siempre, aunque incida el sol”.
Por otro lado, los filtros químicos u orgánicos están basados en compuestos de carbono; por ejemplo, el Mexoryl. “Estos absorben la radiación ultravioleta y la devuelven como radiación térmica, inocua para nuestro cuerpo”, explica García Bello. En contraposición a los físicos, son muy cosméticos y no deshidratan ni dejan marcas blancas, pero se pueden degradar. “Una vez que al compuesto le da la radiación ultravioleta, se convierte en calor y se agota. Esto puede hacer que lo absorba la piel y presente intolerancias”, indica la divulgadora. Normalmente, esto se corrige con fotoestabilizadores, unas sustancias que los estabilizan y los hacen más funcionales. También necesitan aplicarse unos 30 minutos antes de la exposición para que se activen. |